martes, 10 de junio de 2014

LOS PREPARATIVOS DEL CONCILIO VATICANO II


En el verano de 1959, Roma era un hervidero y no solo por efecto del calor: tanto el sínodo romano como el concilio ecuménico se hallaban ya en marcha. En lo que al concilio se refiere, el día de Pentecostés, 17 de mayo, el Papa Juan XXIII había nombrado una “comisión ante preparatoria”, encargada de los prolegómenos necesarios para la preparación. Esta comisión estaba presidida por el cardenal secretario de estado Domenico Tardini (que tenía a su cargo también la congregación romana para los Asuntos Eclesiásticos.
Su trabajo consistía en trazar y establecer de una manera general la temática del concilio a través de una consulta universal con el objeto de averiguar los vota (expectativas) y consilia (pareceres) de las instancias católicas más representativas sobre las más diversas cuestiones tocantes a la vida de la Iglesia. Así, se realizó la encuesta bajo la forma de cartas, enviadas: el 29 de mayo, a los dicasterios de la Curia Romana; el 18 de junio, a los obispos residenciales y a los ordinarios de todo el mundo, y el 18 de julio, a las facultades de teología y derecho canónico de todas las universidades católicas. A finales del verano comenzaron a llegar las respuestas, que eran ordenadas y clasificadas por tema (según los criterios tradicionales de la teología y del derecho canónico) para después escribir las propuestas en forma sintética en schedule (fichas).
Se trató de un verdadero y propio sondeo de opinión (además, sin limitaciones de ninguna especie), al estilo de los que hoy en día son ya cosa corriente en la sociedad moderna. Ya el Beato Pio IX había lanzado esta especie de encuesta para preparar el Vaticano I y, de hecho, la comisión establecida por Pio XII para su frustrado concilio tuvo en cuenta ese material. A propósito, en una de las sesiones generales de la comisión ante preparatoria se recordó que en el Santo Oficio obraba toda la documentación de los trabajos de 1948-1951, cuya utilidad no era poca. Hay que decir que la labor desarrollada fue, a la par que ímproba, prolija, impecable y eficiente.
Esta primera fase previa al concilio se prolongó hasta el 8 de abril de 1960, fecha en la que el cardenal Tardini presentó al Beato Juan XXIII los resultados de los trabajos en un extenso documento: “Cuestiones a plantear en el futuro concilio ecuménico”. Comprendía los siguientes capítulos: De veritate sancte custodienda (Sobre la verdad, que santamente se ha de guardar), De sanctitate et apostolatu clericorum et fidelium (Sobre la santidad y apostolado de los clerigos y los fieles), De ecclesiastica disciplina (Sobre la disciplina eclesiástica), De scholis (Sobre las escuelas) y De Ecclesice unitate (Sobre la unidad de la Iglesia). El Papa dio por terminados los trabajos de la comisión y la disolvió.
  En el mes de junio, el día 5 (fiesta de Pentecostés), el Santo Padre había publicado el motu proprio “Superno Dei nutu”, por el cual creaba una comisión central preparatoria de los trabajos del próximo concilio ecuménico. Estaba ésta diseñada sobre el modelo de los dicasterios de la Curia Romana componiéndose de once comisiones (teológica, de obispos y diócesis, para la disciplina del clero y del pueblo, de religiosos, de la disciplina de los Sacramentos, de liturgia, de estudios y seminarios, para las Iglesias orientales, de las misiones, del apostolado laico y Acción Católica y del ceremonial), presididas cada una por un cardenal a cargo del dicasterio con jurisdicción sobre el tema en cuestión, el cual proveía también al correspondiente secretario.
Todo el trabajo se coordinaría a través de una comisión central presidida por el propio Papa y habría, además, tres secretariados (para la unión de los cristianos, de comunicación y hospitalidad, y administrativo). La preparación del concilio no sería obra exclusiva de la Curia Romana, ya que participarían en las comisiones, prelados y expertos (periti) de todo el mundo (incluso seglares). Es significativo el hecho de que, entre estos últimos, hubo teólogos de los que caían bajo la desaprobación de la “Humani generis” como representantes de la Nouvelle Theologie. El 14 de noviembre de 1960, se abrió oficialmente la fase preparatoria del concilio. Las diferentes comisiones se reunían diariamente por separado y en ellas se discutía sobre el material recibido de la comisión antepreparatoria para preparar los proyectos de texto que servirían de base a los futuros decretos conciliares. La comisión central se reunía cada cierto tiempo (lo hizo siete veces en todo el transcurso de esta fase, en sesiones de ocho días de duración cada una) y en ella participaba directamente el beato Juan XXIII, quien mantuvo una firme mano rectora sobre los trabajos de la comisión. En varias ocasiones aparecía también por las demás comisiones, pero entonces se limitaba a escuchar las deliberaciones.
La finalidad más importante del concilio será promover el crecimiento la fe católica y una saludable renovación de las costumbres del pueblo cristiano, poner al día la disciplina eclesiástica según las necesidades de nuestros tiempos; lo que, sin duda, constituiría un maravilloso espectáculo de verdad, unidad y caridad.
El 3 de junio, el papa Juan XXIII falleció. Hasta ese momento, no se había promulgado ningún documento resultante del concilio. Se habían discutido los esquemas sobre la liturgia, la revelación, los medios de comunicación social, la unidad de los cristianos y la Iglesia, pero sin arribar a una definición en ninguno. El 21 de junio siguiente fue elegido el cardenal Montini, que tomó el nombre de Pablo VI. Al día siguiente, en su primer radiomensaje, aseguró que el concilio continuaría y el 27 anunció la fecha de apertura de la segunda sesión: el 29 de septiembre de 1963. Sería Pablo VI quien enfatizaría las propósitos básicos del concilio y lo guiaría a través de las tres etapas conciliares siguientes hasta su final.
 Los últimos días del concilio se desarrollaron entre agradecimientos. El 7 de diciembre fue la última sesión pública solemne: se promulgó la constitución pastoral Gaudium et spes, los decretos Ad gentes y Presbyterorum ordinis, la declaración Dignitatis humanae. Asimismo se leyó la declaración común que retiraba las excomuniones recíprocas con la Iglesia ortodoxa.
El concilio concluyó con una misa presidida por Pablo VI el 8 de diciembre.




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