martes, 10 de junio de 2014

El secreto mejor guardado por las monjas de Roma (1943-1944

El secreto mejor guardado por las monjas de Roma (1943-1944
LOS JUDÍOS ESCONDIDOS EN LOS CONVENTOS DE ROMA DURANTE LA OCUPACIÓN ALEMANA
¿Cuántos judíos de la ciudad de Roma se salvaron de la persecución nazi porque se hospedaron en los conventos de la Urbe durante la segunda guerra mundial? El jesuita Padre Leiber, colaborador personal de Pío XII, redactó una lista de casas religiosas con el número de huéspedes, aunque parece que en realidad la lista había sido confeccionada por otro jesuita, el P. Beat Ambord, tras una investigación cuidadosa que llevó a cabo en 1954. El mismo Ambord, que durante la guerra habitaba en la curia generalicia de la Compañía, había sido muy activo en la Roma clandestina con la ayuda a los judíos, entre los que consiguió distribuir un millón de liras procedentes de un benefactor suizo.
La lista, que aparece en la Historia de los judíos de Italia, de Renzo De Felice, fue confeccionada con los datos que las mismas casa religiosas proporcionaron al acabar la guerra, si bien no se ha podido encontrar la documentación original que sirvió como base a la lista. Las cifras que en ella se contienen hablan de 2775 personas hospedadas en conventos femeninos, 992 en conventos masculinos y 680 en locales pertenecientes a capillas e iglesias, juntándose así un total de más de 4400 judíos salvados de la persecución. Las cifras son muy significativas si se considera que el total de judíos salvados en Roma fue de unos 10.000 y los que desaparecieron no llegaron a 2000.
Pero estas cifras de la lista de Ambord no son definitivas, pues se sabe que hubo otros conventos que ofrecieron hospitalidad y no fueron incluidos en la lista, mientras que también con frecuencia los perseguidos cambiaban de escondite, por lo que iban de una casa a otra y el calcular el número total se hace difícil.
Llama la atención la mayoritaria acogida por parte de las religiosas, las cifras hablan de unos 200 conventos (sobre un total de unos 700 que había en Roma en aquella época) que acogieron a judíos dentro de sus muros, de los cuales 130 fueron femeninos. Por cantidades, las Hermanas de Sión hospedaron a 187 judíos, las del Perpetuo Socorro en la vía Merulana 133 huéspedes, las de los Siete Dolores más de cien, etc. Cifras tan altas no se dieron entre los frailes, si no es la casa de los Hermanos de las Escuelas Cristianas con 96 huéspedes y la parroquia de Santa Cruz en el barrio Flaminio, llevada por los Estigmatinos, en la que se refugiaron un centenar de judíos.
La gran acogida por parte de las mujeres tiene varias explicaciones, entre ellas que los conventos femeninos tenían mayores facilidades para acoger familias y niños, también la intrepidez y generosidad de las mujeres en estos casos de necesidad y además el que tenían más independencia de la autoridad eclesiástica, si bien en muchas ocasiones la Secretaría de Estado del Vaticano mandaba a los que pedían refugio directamente a los conventos femeninos.
Un caso curioso fue el de las religiosas de Namur, en cuyo convento el seglar que hacía de guardián y demandadero era de tendencia fascista y veía con malos ojos que allí se alojasen judíos. Viendo que las cosas se ponían feas y existía un verdadero peligro de delación por parte de dicho seglar, la superiora de la comunidad, madre María Antoniazzi, mandó a un sacerdote que hablase con el susodicho y le amenazase de excomunión si delataba a las monjas, lo cual se hizo y se alejó el peligro, que por otra parte no era nada extraño, ocurría con frecuencia por parte de vecinos u otras personas que denunciaban la presencia de judíos en los conventos. Los registros eran frecuentes y las monjas tenían que agudizar su ingenio para esconder a sus huéspedes, muchas veces en los recovecos de las techumbres de los conventos.

Las anécdotas abundan y hablan de la buena relación que había entre los huéspedes y las religiosas, de modo que al acabar la guerra, dicha relación continuó, como en el caso del convento de las Pías Maestras de santa Lucía Filippini, a las cuales los judíos refugiados en su convento les regalaron al acabar la guerra una imagen de la Virgen en agradecimiento por su generosidad, o las Franciscanas de Vía Vicenza, que contaban cómo después de la guerra mantuvieron la amistad y cercanía con las familias que habían hospedado. En el caso de las Hermanas de Sión, Emma Alatri Fiorentino cuenta como muchas de las familias hospedadas en su convento siguieron visitándolas durante años Un caso especialmente hermoso es el que se cuenta en la biografía del párroco Gaetano Tantalo, que fue declarado por el pueblo judío “justo entre las naciones”, el cual tras la guerra fue cuidado por una familia judía cuando estuvo enfermo. Sin embargo no ocurrió así en todos los casos, pues no faltaron judíos que nunca quisieron saber nada más de aquellos que los hospedaron. De todo hubo en la viña del Señor y hay que atribuirlo a que no en todos los casos el trato fue tan ejemplar como el de la Hermanas de Sión ni tan sentido el agradecimiento entre los huéspedes.

LOS PREPARATIVOS DEL CONCILIO VATICANO II


En el verano de 1959, Roma era un hervidero y no solo por efecto del calor: tanto el sínodo romano como el concilio ecuménico se hallaban ya en marcha. En lo que al concilio se refiere, el día de Pentecostés, 17 de mayo, el Papa Juan XXIII había nombrado una “comisión ante preparatoria”, encargada de los prolegómenos necesarios para la preparación. Esta comisión estaba presidida por el cardenal secretario de estado Domenico Tardini (que tenía a su cargo también la congregación romana para los Asuntos Eclesiásticos.
Su trabajo consistía en trazar y establecer de una manera general la temática del concilio a través de una consulta universal con el objeto de averiguar los vota (expectativas) y consilia (pareceres) de las instancias católicas más representativas sobre las más diversas cuestiones tocantes a la vida de la Iglesia. Así, se realizó la encuesta bajo la forma de cartas, enviadas: el 29 de mayo, a los dicasterios de la Curia Romana; el 18 de junio, a los obispos residenciales y a los ordinarios de todo el mundo, y el 18 de julio, a las facultades de teología y derecho canónico de todas las universidades católicas. A finales del verano comenzaron a llegar las respuestas, que eran ordenadas y clasificadas por tema (según los criterios tradicionales de la teología y del derecho canónico) para después escribir las propuestas en forma sintética en schedule (fichas).
Se trató de un verdadero y propio sondeo de opinión (además, sin limitaciones de ninguna especie), al estilo de los que hoy en día son ya cosa corriente en la sociedad moderna. Ya el Beato Pio IX había lanzado esta especie de encuesta para preparar el Vaticano I y, de hecho, la comisión establecida por Pio XII para su frustrado concilio tuvo en cuenta ese material. A propósito, en una de las sesiones generales de la comisión ante preparatoria se recordó que en el Santo Oficio obraba toda la documentación de los trabajos de 1948-1951, cuya utilidad no era poca. Hay que decir que la labor desarrollada fue, a la par que ímproba, prolija, impecable y eficiente.
Esta primera fase previa al concilio se prolongó hasta el 8 de abril de 1960, fecha en la que el cardenal Tardini presentó al Beato Juan XXIII los resultados de los trabajos en un extenso documento: “Cuestiones a plantear en el futuro concilio ecuménico”. Comprendía los siguientes capítulos: De veritate sancte custodienda (Sobre la verdad, que santamente se ha de guardar), De sanctitate et apostolatu clericorum et fidelium (Sobre la santidad y apostolado de los clerigos y los fieles), De ecclesiastica disciplina (Sobre la disciplina eclesiástica), De scholis (Sobre las escuelas) y De Ecclesice unitate (Sobre la unidad de la Iglesia). El Papa dio por terminados los trabajos de la comisión y la disolvió.
  En el mes de junio, el día 5 (fiesta de Pentecostés), el Santo Padre había publicado el motu proprio “Superno Dei nutu”, por el cual creaba una comisión central preparatoria de los trabajos del próximo concilio ecuménico. Estaba ésta diseñada sobre el modelo de los dicasterios de la Curia Romana componiéndose de once comisiones (teológica, de obispos y diócesis, para la disciplina del clero y del pueblo, de religiosos, de la disciplina de los Sacramentos, de liturgia, de estudios y seminarios, para las Iglesias orientales, de las misiones, del apostolado laico y Acción Católica y del ceremonial), presididas cada una por un cardenal a cargo del dicasterio con jurisdicción sobre el tema en cuestión, el cual proveía también al correspondiente secretario.
Todo el trabajo se coordinaría a través de una comisión central presidida por el propio Papa y habría, además, tres secretariados (para la unión de los cristianos, de comunicación y hospitalidad, y administrativo). La preparación del concilio no sería obra exclusiva de la Curia Romana, ya que participarían en las comisiones, prelados y expertos (periti) de todo el mundo (incluso seglares). Es significativo el hecho de que, entre estos últimos, hubo teólogos de los que caían bajo la desaprobación de la “Humani generis” como representantes de la Nouvelle Theologie. El 14 de noviembre de 1960, se abrió oficialmente la fase preparatoria del concilio. Las diferentes comisiones se reunían diariamente por separado y en ellas se discutía sobre el material recibido de la comisión antepreparatoria para preparar los proyectos de texto que servirían de base a los futuros decretos conciliares. La comisión central se reunía cada cierto tiempo (lo hizo siete veces en todo el transcurso de esta fase, en sesiones de ocho días de duración cada una) y en ella participaba directamente el beato Juan XXIII, quien mantuvo una firme mano rectora sobre los trabajos de la comisión. En varias ocasiones aparecía también por las demás comisiones, pero entonces se limitaba a escuchar las deliberaciones.
La finalidad más importante del concilio será promover el crecimiento la fe católica y una saludable renovación de las costumbres del pueblo cristiano, poner al día la disciplina eclesiástica según las necesidades de nuestros tiempos; lo que, sin duda, constituiría un maravilloso espectáculo de verdad, unidad y caridad.
El 3 de junio, el papa Juan XXIII falleció. Hasta ese momento, no se había promulgado ningún documento resultante del concilio. Se habían discutido los esquemas sobre la liturgia, la revelación, los medios de comunicación social, la unidad de los cristianos y la Iglesia, pero sin arribar a una definición en ninguno. El 21 de junio siguiente fue elegido el cardenal Montini, que tomó el nombre de Pablo VI. Al día siguiente, en su primer radiomensaje, aseguró que el concilio continuaría y el 27 anunció la fecha de apertura de la segunda sesión: el 29 de septiembre de 1963. Sería Pablo VI quien enfatizaría las propósitos básicos del concilio y lo guiaría a través de las tres etapas conciliares siguientes hasta su final.
 Los últimos días del concilio se desarrollaron entre agradecimientos. El 7 de diciembre fue la última sesión pública solemne: se promulgó la constitución pastoral Gaudium et spes, los decretos Ad gentes y Presbyterorum ordinis, la declaración Dignitatis humanae. Asimismo se leyó la declaración común que retiraba las excomuniones recíprocas con la Iglesia ortodoxa.
El concilio concluyó con una misa presidida por Pablo VI el 8 de diciembre.




SEMBLANZA DE UN SANTO. PADRE JORGE MURCIA RIAÑO.



SEMBLANZA DE UN SANTO.
PADRE JORGE MURCIA RIAÑO.
Nació en Bogotá el 20 de octubre de 1895 en el corazón de una familia católica, donde se vivía un profundo ambiente familiar y reinaba el amor, el dialogo y la comprensión. Su infancia se deslizo en medio de la sencillez y dicha de un hogar cristiano, embalsamado de piedad y alegría, con las travesuras propias de un niño y con rasgos donde se vislumbraba una vocación futura, en sus juegos imitaba a los sacerdotes celebraba misas organizabas procesiones y predicaba.
Su madre le proporcionaba lo necesario así que le tenía un altar y ornamentos propios de su tamaño, sus hermanos y primos escuchaban sus sermones.
En este hogar patriarcal empezó a gestarse la vocación de un santo, él era muy cariñoso, estudioso y responsable.
Sus primeras letras las aprendió en un colegio particular dirigido por una gran pedagoga de ese época, luego sus padres lo ingresaron al colegio San Bartolomé de los Padres Jesuitas, tenía grandes dotes, especialmente  su espíritu poético con sus composiciones y poesías que se conservan en el museo de la comunidad.
Tuvo la dicha de hacer su primera comunión el 21 de junio, fiesta del santo de su devoción San Luis Gonzaga, su corazón ardía de un profundo amor a la Eucaristía y  un gran respeto y adoración al Santísimo Sacramento. También se destacaba en el su amor profundo a la Santísima Virgen María a quien siempre le hizo hermosas composiciones poéticas.  
En el colegio San Bartolomé realizo varias iniciativas apostólicas organizando allí una congregación juvenil, bajo el patrocinio de San Luis Gonzaga, con el fin de promover la piedad y el amor a la Santísima Virgen entre sus compañeritos.
Inicia sus estudios en el seminario mayor de Bogotá a los 13 años en 1909, allí también continuo sus experiencias apostólicas. Cuando tenía 16 años propuso a sus padres el deseo de continuar sus estudios en Roma, inmediatamente recibe la aprobación de sus padres y se dispone a partir para Roma a continuar sus estudios eclesiásticos en la Universidad Gregoriana y ser alumno del Colegio Pio Latino, teniendo allí como grandes amigos y compañeros a Emilio de Brigard, compañero de viaje, Miguel Darío Miranda más tarde Arzobispo Primado de México.
En la Universidad Gregoriana, realiza sus estudios de Filosofía, Derecho Canónigo Latín, Teología. Obtiene el título de doctor en Filosofía y Licenciado en Teología de la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma.
Ordenado sacerdote en Roma el 28 de octubre de 1918  por el Excelentísimo Señor Cardenal Pompili, Vicario de su Santidad el Papa Pío XI, en la capilla del Colegio Pío Latino Americano. Celebró su Primera Misa en la Cripta Vaticana de San Pedro y Pablo.
A su regreso a Colombia 1919, recibe diversos cargos a los que se dedica con alma de apóstol Capellanía de la Escuela de San Vicente de Paúl y de la Iglesia de la Enseñanza cátedras en el Seminario Conciliar, y en el Colegio Nuestra Señora del Rosario, además es encargado de construir el Monumento a Nuestra Señora en el cerro   de Guadalupe.
 Funda la Liga de Damas Católicas el 12 de octubre de 1920 bajo el amparo de la Santísima Virgen de Guadalupe para responder a las necesidades de los cambios históricos sociales, económicos, políticos y religiosos que se iban dando ya que en este tiempo surge el protestantismo. Además la  masonería,  y el comunismo adquieren fuerza.
La mujer comienza hacer su entrada en el mundo del trabajo, a tomar parte decisiva en cada una de las faenas humanas y hace su entrada en los sindicatos.
 El Padre Murcia continuò dando respuesta con la fundación de grandes obras a las necesidades del  momento histórico de la época, especialmente con la fundación del Yocismo en Bogotá, el 25 de diciembre de 1932 en la que aglutinaría toda la juventud trabajadora de Colombia.
El 8 de diciembre 1932 bajo el patrocinio de la Inmaculada Virgen María funda su obra culmen: la Compañía de San Juan Evangelista, para asumir su gran obra apostólica su fuego misionero y su anhelo insaciable de hacer Reinar a Jesucristo en  todos los ambientes, en particular en el mundo juvenil y en el mundo obrero.
El Padre Jorge Murcia Riaño, después de realizar su gran obra apostólica en Colombia, parte a la Casa del Padre el 15 de noviembre de 1944.
 Apóstol social del amor y la justicia, reconocemos el valor de su vida su camino de espiritualidad, su compromiso social en la Iglesia: “ Ser para la juventud una luz de verdad llena de amor. Y como dijo su hermano “mi conciencia proclama que él fue santo”.
Hoy tenemos conciencia de su santidad y la constatamos en el testimonio de su vida, razón por la cual se ha iniciado su proceso de canonización, proclamado en este momento Siervo de Dios y a quien pronto veremos reconocido por la Iglesia en los altares como santo y Patrono de la Juventud Trabajadora.

FUNDADOR





http://www.hermanasjuanistas.net/VideoPadreMurcia.html

CONCILIO VATICANO II


Monseñor Jorge Murcia Riaño

Padre Murcia y Juanistas

Cada tiempo y lugar en la historia necesita hombres y mujeres que marquen la diferencia; hombres y mujeres que no solo reconozcan las necesidades de su entorno sino que formulen respuestas; hombres y mujeres que no sean parte del problema sino de la solución.
Dios nos hace a todos sujetos fundamentales en su Plan de Salvación, pero son pocos los que osan ser activos ante ese llamado de Dios.
El 20 de Octubre de 1895 nació en Bogotá, uno de esos hombres que decidió marcar la diferencia en la Colombia de su época y que hoy, su huella y legado siguen presentes.
¿Quién es este hombre? JORGE MURCIA RIAÑO, Sacerdote Diocesano que creció en un hogar católico donde recibió las bases, valores y virtudes necesarios para descubrir su misión. Era un “hogar de exigente y delicada disciplina”, donde el amor y el respeto por los demás siempre estuvo presente.
Sus estudios los llevo a cabo en el Colegio San Bartolomé, luego en el Seminario Conciliar de Bogotá y posteriormente en el Colegio Pio Latino de Roma donde fue ordenado Sacerdote el 28 de Octubre de 1918. Durante estos años de estudios se marcó “en su personalidad los más altos valores del espíritu que volcó luego en una corriente de apostolado eclesial y social”.
Ya siendo Sacerdote regresó a su país donde inició un trabajo pastoral de profunda repercusión social. Fue el “líder del Apostolado Social”.
En el momento en que la clase trabajadora emergía vulnerable, desprotegida, y explotada; en pleno auge del Capitalismo, la Revolución Industrial; la lucha de clases y las corrientes materialistas y ateas; fue el Padre Murcia Riaño quien levantó e hizo levantarla a los sin voz, para hacer tomar conciencia a los que le rodeaban, escuchaban y leían de la “necesidad de ganar esta causa para Cristo”.
Es así como desde su mente, corazón y manos surgen movimientos y organizaciones que dan respuesta y verdaderas soluciones a la problemática social que vivían “los preferidos y amados de su corazón”: los jóvenes y sencillos trabajadores.

Puso al servicio de los jóvenes y trabajadores sus conocimientos, su trato cariñoso y jovial; su carácter abierto, dinámico y emprendedor. Siempre a su lado había un ambiente familiar y acogedor.
Su presencia inspiraba mucho respeto, pero nunca dejó su don de gentes y su capacidad de animador en los juegos y reuniones con los jóvenes y adultos. Era erudito, orador elocuente y persuasivo y sobre todo, digno ejemplo de quienes como él, también querían marcar la diferencia.
Realizó una gran proyección social desde la Liga de Damas Católicas, obra precursora de la actividad organizada de la mujer en el campo del apostolado social. Esta proyección social, le permitió entrar en relación con jóvenes empleadas, conocer su medio, necesidades e inquietudes como también, una búqueda de respuesta efectiva.
Sus organizaciones apostólicas dan como resultado la Compañía de San Juan Evangelista, fundada el 8 de Diciembre de 1932. Esta Compañía se convirtió “en el instrumento institucionalizado y progresivo, para cristalizar su ideal de una juventud trabajadora para Cristo, de un triunfo del amor sobre el odio de clases y de una fraternidad cristiana, que es la única capaz de construir la “civilización del amor””. Hoy, las hermanas de San Juan Evangelista son “la prolongación en el tiempo de sus manos y de su corazón”.
Padre Murcia y JuanistasEl sacerdocio vivido por el Padre Murcia; su profunda espiritualidad; su inquebrantable fe y confianza en Dios; su ardiente servicio apostólico y social; su tenacidad y su lema: “AMOR Y SACRIFICIO” tuvieron y tienen resonancia en las Hermanas de San Juan que hoy 75 años después, siguen asumiendo con generosidad el llamado de trabajar incansablemente por construir la Gloria de Dios en el mundo del trabajo.
El Padre Murcia murió en Bogotá el 15 de Noviembre de 1944, contaba con 49 años de edad. Una corta existencia, pero de total entrega, servicio y confianza en Dios.
No interesa cuan largo o corto sea el camino, lo fundamental es que al llegar al final, tus huellas marcadas sean dignas de ser seguidas por quienes apenas comienzan su camino.

Padre Alberto Hurtado

Padre Alberto Hurtado






Alberto Hurtado Cruchaga nació en Viña del Mar, Chile, el 22 de Enero de 1901. Formó parte de una familia muy cristiana y unida.
hurtadoCuando tenía sólo 4 años murió su padre, Alberto. Desde entonces Ana, su madre, debió hacerse cargo de él y de su hermano Miguel.

En 1909 entró becado al Colegio San Ignacio, donde se distinguió por ser buen compañero, alegre, comunicativo y piadoso. Su tiempo libre lo ocupaba en visitar y ayudar a los más necesitados.

Terminado el colegio ingresó, en 1918, a estudiar leyes en la Universidad Católica y al mismo tiempo trabajaba para ayudar a su madre. Participó activamente en política y fue prosecretario del Partido Conservador y su candidato Luis Barros Borgoño.

Sin embargo, su vocación era ser sacerdote. Ya a los 15 había presentado su primera solicitud para ingresar a la Compañía de Jesús, pero se le aconsejó esperar hasta concluir el bachillerato. Rezaba horas para poder realizarla y Dios lo oyó: su madre recibió un dinero que se le adeudaba, con el cual podría vivir tranquila.

Alberto Hurtado entró a la Compañía de Jesús en 1923. Tras 10 años de preparación y estudios de filosofía, teología, psicología y pedagogía, fue ordenado sacerdote en Bélgica, en 1933.

A su regreso, en 1936, el país estaba sumido en una gran crisis social. Se dedicó de lleno a sus alumnos del colegio, a los cuales no sólo enseñaba sino que dirigía espiritualmente. Fue un gran educador de juventudes.
Encontrarse con personas enfermas, pobres o niños abandonados que dormían bajo los puentes del río Mapocho lo motivó a crear un lugar donde pudieran refugiarse: el Hogar de Cristo.

Su entusiasmo, oración y la ayuda de personas generosas hicieron realidad su gran obra en 1944. El Padre Hurtado fundó también talleres para educar y capacitar en un trabajo digno a los más necesitados.

Además, publicó y dictó conferencias sobre el sacerdocio, los problemas de la adolescencia, el catolicismo, la educación y el orden social. Fue fundador de la Revista Mensaje y de la Acción Sindical Chilena.

Motivado por la distancia que en Chile había entre ricos y pobres y por la frialdad con que las clases acomodadas observaban esto, en 1941 publicó el libro "¿Es Chile un país católico?".

El Padre Hurtado murió el 18 de agosto de 1952, a los 51 años, víctima de cáncer al páncreas, del que nunca se quejó; al contrario y aceptando la voluntad de Dios, siempre repetía: "Contento, Señor, contento".
Su funeral fue celebrado por el entonces obispo de Talca, monseñor Manuel Larraín, quien por esos días declaró que es "una visita de Dios a la patria chilena".

El 19 de noviembre de 1995 se abrieron las puertas del Santuario del Padre Hurtado ubicado en el corazón de Estación Central, entre el Hogar de Cristo y la Parroquia Jesús Obrero. Allí descansan sus restos y se calcula que 600 mil peregrinos lo visitan cada año.