En el verano de 1959,
Roma era un hervidero y no solo por efecto del calor: tanto el sínodo romano
como el concilio ecuménico se hallaban ya en marcha. En lo que al concilio se
refiere, el día de Pentecostés, 17 de mayo, el Papa Juan XXIII había nombrado
una “comisión ante preparatoria”, encargada de los prolegómenos necesarios para
la preparación. Esta comisión estaba presidida por el cardenal secretario de
estado Domenico Tardini (que tenía a su cargo también la congregación romana
para los Asuntos Eclesiásticos.
Su trabajo consistía en
trazar y establecer de una manera general la temática del concilio a través de
una consulta universal con el objeto de averiguar los vota (expectativas)
y consilia (pareceres) de las instancias católicas más
representativas sobre las más diversas cuestiones tocantes a la vida de la
Iglesia. Así, se realizó la encuesta bajo la forma de cartas, enviadas: el 29
de mayo, a los dicasterios de la Curia Romana; el 18 de junio, a los obispos
residenciales y a los ordinarios de todo el mundo, y el 18 de julio, a las
facultades de teología y derecho canónico de todas las universidades católicas.
A finales del verano comenzaron a llegar las respuestas, que eran ordenadas y
clasificadas por tema (según los criterios tradicionales de la teología y del
derecho canónico) para después escribir las propuestas en forma sintética
en schedule (fichas).
Se trató de un verdadero
y propio sondeo de opinión (además, sin limitaciones de ninguna especie), al
estilo de los que hoy en día son ya cosa corriente en la sociedad moderna. Ya
el Beato Pio IX había lanzado esta especie de encuesta para preparar el
Vaticano I y, de hecho, la comisión establecida por Pio XII para su frustrado
concilio tuvo en cuenta ese material. A propósito, en una de las sesiones
generales de la comisión ante preparatoria se recordó que en el Santo Oficio
obraba toda la documentación de los trabajos de 1948-1951, cuya utilidad no era
poca. Hay que decir que la labor desarrollada fue, a la par que ímproba,
prolija, impecable y eficiente.
Esta primera fase previa
al concilio se prolongó hasta el 8 de abril de 1960, fecha en la que el
cardenal Tardini presentó al Beato Juan XXIII los resultados de los trabajos en
un extenso documento: “Cuestiones a plantear en el futuro concilio ecuménico”. Comprendía
los siguientes capítulos: De veritate sancte custodienda (Sobre
la verdad, que santamente se ha de guardar), De sanctitate et
apostolatu clericorum et fidelium (Sobre la santidad y apostolado de
los clerigos y los fieles), De ecclesiastica disciplina (Sobre
la disciplina eclesiástica), De scholis (Sobre las escuelas)
y De Ecclesice unitate (Sobre la unidad de la Iglesia). El
Papa dio por terminados los trabajos de la comisión y la disolvió.
En el mes
de junio, el día 5 (fiesta de Pentecostés), el Santo Padre había publicado el
motu proprio “Superno Dei nutu”, por el cual creaba una comisión central
preparatoria de los trabajos del próximo concilio ecuménico. Estaba ésta
diseñada sobre el modelo de los dicasterios de la Curia Romana componiéndose de
once comisiones (teológica, de obispos y diócesis, para la disciplina del clero
y del pueblo, de religiosos, de la disciplina de los Sacramentos, de liturgia,
de estudios y seminarios, para las Iglesias orientales, de las misiones, del
apostolado laico y Acción Católica y del ceremonial), presididas cada una por
un cardenal a cargo del dicasterio con jurisdicción sobre el tema en cuestión,
el cual proveía también al correspondiente secretario.
Todo el trabajo se
coordinaría a través de una comisión central presidida por el propio Papa y
habría, además, tres secretariados (para la unión de los cristianos, de
comunicación y hospitalidad, y administrativo). La preparación del concilio no
sería obra exclusiva de la Curia Romana, ya que participarían en las
comisiones, prelados y expertos (periti) de todo el mundo (incluso
seglares). Es significativo el hecho de que, entre estos últimos, hubo teólogos
de los que caían bajo la desaprobación de la “Humani generis” como
representantes de la Nouvelle Theologie. El 14 de noviembre de 1960, se abrió
oficialmente la fase preparatoria del concilio. Las diferentes comisiones se
reunían diariamente por separado y en ellas se discutía sobre el material
recibido de la comisión antepreparatoria para preparar los proyectos de texto
que servirían de base a los futuros decretos conciliares. La comisión central
se reunía cada cierto tiempo (lo hizo siete veces en todo el transcurso de esta
fase, en sesiones de ocho días de duración cada una) y en ella participaba
directamente el beato Juan XXIII, quien mantuvo una firme mano rectora sobre
los trabajos de la comisión. En varias ocasiones aparecía también por las demás
comisiones, pero entonces se limitaba a escuchar las deliberaciones.
La finalidad más
importante del concilio será promover el crecimiento la fe católica y una
saludable renovación de las costumbres del pueblo cristiano, poner al día la
disciplina eclesiástica según las necesidades de nuestros tiempos; lo que, sin
duda, constituiría un maravilloso espectáculo de verdad, unidad y caridad.
El 3 de junio, el papa Juan XXIII falleció.
Hasta ese momento, no se había promulgado ningún documento resultante del
concilio. Se habían discutido los esquemas sobre la liturgia, la revelación,
los medios de comunicación social, la unidad de los cristianos y la Iglesia,
pero sin arribar a una definición en ninguno. El 21 de junio siguiente fue
elegido el cardenal Montini, que tomó el nombre de Pablo VI. Al
día siguiente, en su primer radiomensaje, aseguró que el concilio continuaría y
el 27 anunció la fecha de apertura de la segunda sesión: el 29 de septiembre de
1963. Sería Pablo VI quien enfatizaría las propósitos básicos del concilio y lo
guiaría a través de las tres etapas conciliares siguientes hasta su final.
Los últimos días del
concilio se desarrollaron entre agradecimientos. El 7 de diciembre fue la
última sesión pública solemne: se promulgó la constitución pastoral Gaudium et spes, los decretos Ad gentes y Presbyterorum
ordinis, la declaración Dignitatis
humanae. Asimismo se leyó la declaración común que retiraba las
excomuniones recíprocas con la Iglesia ortodoxa.
El concilio concluyó con una misa presidida por Pablo VI el 8 de
diciembre.
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